[Columna publicada en El Mundo el 24 de septiembre de 2020: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2020/09/24/5f6b716f21efa09b058b468d.html ]
«Esta reunión podría haber sido un email ». Es fácil toparse con este lema en oficinas británicas, normalmente escrito en tazas de café. La frase resume el escepticismo ante lo que en España se ha llamado reunionitis, la tendencia a tratar las reuniones de trabajo como un fin en sí mismo… y uno que se debe buscar con la mayor frecuencia posible. Una tendencia que, en los últimos tiempos, se ha convertido en uno de los principales rasgos de nuestra clase dirigente. Con una salvedad: la reunionitis política busca ser exhibida. Es la consecuencia de la obsesión con crear contenido para telediarios y redes sociales. Nada más socorrido que subir a Twitter una foto de líderes políticos sentados alrededor de una mesa, acompañada de un mensaje genérico («Hoy nos hemos reunido con @QuienSea para hablar de #LoQueSea. Diálogo productivo. ¡Avanzamos! [emoticonos]»). Da igual que todo dirigente tenga los números de teléfono necesarios para realizar cualquier negociación sin que haya que convocar a los fotógrafos -Sánchez hasta difunde los mensajes que intercambia con Casado-. Porque la reunionitis es irresistible como forma de manejar el ciclo informativo: genera fotos y planos que solo pueden ir acompañados de un análisis superficial (en las tertulias de la mañana: «¿Qué esperan nuestros analistas de la reunión entre X e Y?»; en las de la noche: «¿Qué lectura hacen nuestros analistas de la reunión entre X e Y?»). Es la herramienta definitiva de la política banal.
Esta tendencia no ha desaparecido con la crisis del coronavirus. Más bien se ha exacerbado. La reciente reunión entre Sánchez y Ayuso es el último ejemplo; antes vinieron decenas de conferencias de presidentes, de reuniones entre ministros y consejeros autonómicos… Que los políticos ven esto como una virtud lo muestra el propio Sánchez. Cuando se le pregunta qué ha hecho para frenar la segunda oleada, se apresura a enumerar todas las reuniones que ha celebrado en los últimos meses. Pero la reunionitis se topa en algún momento con la rendición de cuentas. ¿De qué han servido tantas reuniones si, al final, el país se encuentra en una situación desastrosa? El criterio para evaluar una reunión no es si se ha celebrado, sino si ha resuelto el problema que debía abordar. A la luz de los resultados, las reuniones han sido superfluas e inútiles. Quizá es hora de seguir el método de prueba y error: absténganse de decirnos que se han reunido hasta que hayamos salvado esta crisis.