Reseña publicada en La Lectura el 3 de febrero de 2023 (https://www.elmundo.es/la-lectura/2023/02/06/63d80b3afc6c8320208b45ca.html)

Cuando Alfonso XIII llegó al trono, en 1902, el sistema político español acumulaba varias décadas de una sorprendente estabilidad. Cuando dejó el trono, en 1931, ese sistema se había desmoronado, dando pie primero a una fórmula dictatorial -con el beneplácito del rey- y después a una alternativa democrática -ya sin la figura del monarca- que desembocaría en una guerra civil.

El contraste entre el antes y el después de su reinado ha enmarcado la mayoría de debates sobre Alfonso XIII. Su responsabilidad en el colapso de la Restauración -uno de los hechos fundamentales de nuestra historia política moderna- ha sido muy discutida. Sin embargo, el papel de la monarquía en aquella España no se limitaba al arbitraje político. Su dimensión simbólica predisponía al rey a participar en todo tipo de iniciativas en las que se reforzara el vínculo del monarca con la nación española. Este es uno de los enfoques de la nueva biografía de Alfonso XIII escrita por Javier Moreno Luzón, catedrático de Historia del Pensamiento de la Universidad Complutense de Madrid.

El autor expone que el reinado de Alfonso XIII formó parte de un proceso más amplio: la transformación de las coronas europeas en «monarquías escénicas, nacionalizadas y al mismo tiempo agentes de nacionalización». Un estilo ajustado a la naciente política de masas, en la que los rituales públicos, las iniciativas culturales y los mecanismos de propaganda cobraron una importancia fundamental. Una manera de concebir la corona que buscaba fundir al monarca con la nación… o al menos con una idea determinada de esa nación.

La obra analiza, por tanto, los rituales y acontecimientos en los que participaba el monarca. Estaban los relativos a la Iglesia, cuya estrecha vinculación simbólica con la monarquía era cultivada a través de actos como la capilla pública, a la que podían acudir entre 3.000 y 4.000 personas. También fue fundamental el vínculo con los símbolos nacionales y con el Ejército, reforzado a través de la participación del monarca en las juras de bandera. A partir de 1903, estos actos se sacaron de los cuarteles y se transformaron en grandes ceremonias públicas con vocación de fiesta nacional. El rey presidía muchas de ellas, incluyendo la que se celebraba cada primavera en el madrileño Paseo de la Castellana.

El vínculo de Alfonso con la nación también se hacía explícito en sus viajes por España. Se trataba de actos escénicos que servían para reforzar los sentimientos patrióticos de los habitantes de una ciudad o región concretas, pero también para ser expuestos ante una prensa que los cubría con todo lujo de detalles. La finalidad nacionalizadora de aquellas expediciones fue remarcada por Antonio Maura: «La inmensa mayoría del pueblo español no sabe concebir la nacionalidad sin la persona del monarca, porque él es, viviente, la Patria misma». Los viajes del rey a Barcelona fueron especialmente importantes, y consolidaron su papel de mediador entre los gobiernos y las fuerzas catalanistas.

Alfonso XIII también cumplió una función especial al patrocinar nuevas asociaciones como la Sociedad de Tiro Nacional y la rama española de los boy scouts; grupos que, lejos de limitarse a organizar actividades lúdicas, pretendían inculcar valores monárquicos, religiosos y españolistas. El rey también apoyó las iniciativas del marqués de la Vega Inclán para promocionar el patrimonio cultural del país, respaldando la recuperación de la Casa-Museo de El Greco en Toledo, o la Casa de Cervantes en Valladolid. Como se ve, las iniciativas nacionalizadoras no emanaban solamente desde la jefatura del Estado, sino que a menudo partían de todo tipo de grupos e individuos que luego buscaban la sanción regia.

El españolismo del rey fue, en un principio, muy transversal. Recogió el imaginario católico tradicionalista, pero también el de la Institución Libre de Enseñanza y el que impulsaron políticos reformistas como Canalejas Melquiades Álvarez. Sin embargo, esto cambiaría a partir de la Revolución bolchevique. La preocupación por un contagio revolucionario le hizo acercarse a los que consideraba como sostenes naturales de la monarquía: el Ejército y la Iglesia. Tuvo mucha resonancia su participación en 1919 en la consagración oficial de España al Sagrado Corazón de Jesús, un acto que carece de equivalentes en la Europa coetánea y que le alejó para siempre de los sectores críticos con el clericalismo.

El interés por la dimensión nacionalizadora de Alfonso XIII no lleva a Moreno Luzón a descuidar los debates clásicos sobre su figura. Esta biografía también detalla su relación con los políticos de la Restauración, su papel en el desastre de Annual o su actitud ante el golpe de Primo de Rivera. Se sostiene que Alfonso XIII reaccionaba a muchas situaciones que estaban fuera de su control, como la dificultad de los partidos para resolver su faccionalismo, los conflictos violentos en ciudades como Barcelona o el choque de intereses entre militares africanistas y peninsulares. Pero también se insiste en que ni carecía de opciones ni era reacio a intervenir. Más bien al contrario: estaba convencido de su papel providencial en la vida del país. Creía tener una conexión especial con el pueblo español, cuyos anhelos podía interpretar mejor que un Parlamento hipotecado por el caciquismo; por eso debía ser protagonista de la política nacional.

Esta inclinación fue en aumento a medida que se contagiaba del antiparlamentarismo que se extendía por Europa. Varios meses antes del golpe de 1923, el rey se planteó asumir poderes especiales para gobernar sin intermediarios. Estaba, por tanto, de acuerdo con las líneas ideológicas del pronunciamiento militar, que podía haber detenido puesto que contaba con la lealtad de la mayoría de unidades del Ejército. Al bendecirlo y arropar al dictador durante los años siguientes, unió su reinado a lo que finalmente se demostró como una apuesta perdedora. En esta obra ambiciosa y magistral, Moreno Luzón muestra que Alfonso XIII fue, en muchos sentidos, el rey que él mismo quiso ser. Hasta que un día de 1931 dejó de serlo.