La sentencia del caso ERE ha confirmado muchas cosas. Entre ellas, el gigantesco poder que puede reunir un partido cuando se instala en las instituciones y crea desde ellas una red clientelar. Una red cuyo objetivo -conviene recordarlo- es beneficiar a la gris multitud de cargos y sueldos que dependen de la permanencia de ese partido en el poder. La sentencia radiografía una corrupción sistémica, pero es que en Andalucía, y durante varias décadas, el sistema era el PSOE. Y si se malversó dinero público fue para aumentar sus perspectivas electorales, no fuera a ser que una alteración de la paz social -la que se compraba con ese fraude- le hiciera perder unas elecciones.

El poder de unas siglas no es, sin embargo, una mera cuestión de recursos; también reside en ese nacionalismo de partido que se extiende desde los portavoces oficiales hasta los propagandistas oficiosos, pasando por los militantes y los votantes adictos. [Seguir leyendo en El Mundo.]