«Protestas en la Universidad ha habido siempre». Así quitaba importancia Íñigo Errejón al boicot que impidió a Felipe González dar una charla en 2016 en una universidad madrileña. Errejón era coherente con su trayectoria: él mismo participó en el escrache universitario a Rosa Díez en 2010. Pero también expresaba una verdad muy anterior a Podemos. El excelente libro de Javier Padilla A finales de enero (Tusquets) retrata un ambiente universitario, el del Madrid de los 60, en el que la loable oposición al Régimen iba unida a una cultura del escrache permanente y el hostigamiento a profesores que no seguían la línea ideológica que algunos estudiantes les exigían. Nuestra memoria cultural parece haber normalizado todo esto, lo que ayuda a entender las palabras de Pedro Duque cuando se le preguntó por la situación de estos días en las universidades catalanas: «Todos hemos tenido esa edad y los estudiantes a veces se apuntan a cosas, a movilizaciones». El ministro de Universidades concluía con un ominoso «es normal».

Duque matizó después -y para bien- su postura, pero el desliz es relevante porque cae en la trampa de siempre. Se presupone que una protesta estudiantil solo puede tomar una forma: la coacción. Pero es una falacia. Hay muchas maneras de expresarse que no pasan por secuestrar el derecho a la educación y al trabajo de quienes no piensan como uno. Si los estudiantes independentistas prefieren ir a una manifestación antes que a su seminario de Estadística, allá ellos. Que pretendan obligar a los demás a no tener clase, bloqueando físicamente el acceso a las aulas, es una aberración totalitaria que merece la condena de todos, y por supuesto de toda la comunidad académica… [Seguir leyendo en El Mundo.]