[Publicado en El Mundo el 4 de junio de 2020: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2020/06/04/5ed7c2a021efa00f1e8b4629.html]
No todo lo que sucede en EEUU tiene que ver con Donald Trump. En el caso de los disturbios de estos días tras el asesinato de un ciudadano negro a manos de la policía, el papel del presidente resulta hasta secundario. EEUU está viviendo un nuevo episodio de una larga historia que incluye los disturbios por la paliza a Rodney King (1992) o por los asesinatos de Trayvon Martin (2012) y Michael Brown (2014); los primeros bajo la presidencia de Bush padre y los otros bajo la de Obama. Es cierto que la respuesta de Trump no ha ayudado a calmar los ánimos, como es cierto que se trata de un sujeto despreciable y profundamente dañino para las instituciones de una democracia liberal; aunque, en este aspecto, la España que gobiernan Sánchez, Iglesias, Marlaska et al. no está para dar lecciones. Pero solemos olvidar que EEUU es un Estado federal y que la seguridad y las políticas de integración dependen más de gobernadores y alcaldes que del presidente. También obviamos que la veta racista de Trump está mucho más centrada en los latinos que en los negros, y que las tensiones raciales ni empezaron con él ni van a desaparecer con mensajes en Instagram sobre lo malo que es el racismo.
Porque tampoco es cierto que todo lo que sucede en EEUU se deba al racismo; al menos, no de forma exclusiva. En el caso de la minoría negra, desde hace cincuenta años se produce una mezcla endiablada del legado histórico de la discriminación racial con los mecanismos de pobreza y falta de oportunidades que afectan a cualquier persona nacida en una situación humilde. Hay estudios al respecto como The New Jim Crow, de Michelle Alexander; pero basta con remitirse a una serie inteligente y documentada como The Wire. Ahí se ilustra bien la doble naturaleza del asunto, esa mezcla de dos cuestiones (raza y clase) que explica la persistencia del problema. Porque una cosa es innegable: en las últimas décadas los americanos han dedicado una enorme cantidad de energía y de recursos públicos para corregir la discriminación en la contratación, en la educación y también en las relaciones con la policía. Lo que sucede es que esto ha ocurrido en un país con serias deficiencias para reducir la pobreza, la violencia y la falta de movilidad social (por ejemplo, por el alto coste de la sanidad y la educación universitaria). Del mismo modo que las tensiones nacionalistas no van solo del color de las banderas, las tensiones raciales no van solo del color de la piel.