El independentismo es incapaz de doblarle el pulso al Estado democrático. Al menos, mientras éste no quiera dejarse ganar. Es una de las lecciones que arrojan estos años de delirio y de ilegalidad nacionalistas, y no debe quedar desdibujada por el histrionismo matón que los Torras de turno están desplegando estos días. Pese a lo cuestionable de algunos razonamientos de la sentencia del Supremo, está bien que destaque el poder que ha demostrado tener el BOE, aunque a él se debe añadir el de los jueces, el de la Corona, el de algunos sectores de la sociedad civil, el de los partidos constitucionalistas -al menos, en el instante último de poner pie en pared- y el del resto de actores que han frenado la intentona anticonstitucional.

Sin embargo, esto es compatible con otra conclusión: el independentismo es capaz de someter al sistema a un gigantesco desgaste. No es solo el efecto demoledor que el procés ha tenido sobre las instituciones autonómicas. En estos años hemos visto cómo minaba el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial, enfrentándolos a decisiones difíciles y, con ellas, a sus propios límites, fueran estos formales o autoimpuestos. La propia sentencia del Supremo, y la manera en que ha sido recibida en sectores muy distintos, es un ejemplo de la acción corrosiva del proceso separatista sobre nuestras instituciones y su vínculo con la ciudadanía. El panorama nos obliga, por tanto, a la tarea de fortalecer las instituciones que se han venido desgastando durante estos años. Está bien que se haya demostrado su resiliencia, como está bien que se hayan sentado algunos precedentes: la Historia supone un terreno más firme que la especulación. Pero sería muy irresponsable no apuntalar los flancos débiles de estos años. Esto puede ir desde… [Seguir leyendo en El Mundo.]