La idea se resumiría así: los problemas de España se resolverán mediante una Segunda Transición que establezca un nuevo modelo social, territorial y económico; un proceso que nos saque de las múltiples crisis que vivimos y garantice el bienestar y la convivencia a corto, medio y largo plazo. Esta idea ha supuesto un campo fértil para el análisis y para el titular de periódico, es capaz de hermanar a políticos tan distintos como Uxue Barkos, Albert Rivera, Gerardo Iglesias y María Dolores de Cospedal, y se ha convertido en un lugar común de tal magnitud que empieza a utilizarse como herramienta de marketing. Quizá no está lejano el día en el que los algoritmos de Google empiecen a recomendarnos Remedios para la Alopecia ‘Segunda Transición’ (“porque el modelo actual está agotado”).

Será cosa de las fechas, pero la disparidad de cronologías y de funciones redentoras que se le atribuyen a esta Segunda Transición recuerda a la polvareda levantada por cierto nazareno hace 2.000 años; con la salvedad de que no tenemos, en este caso, una autoridad que distinga entre evangelios apócrifos y evangelios como Dios manda. Pues, dependiendo de a quién se pregunte, la Segunda Transición habría empezado con la victoria del PP en 1996 (al menos así lo daba a entender el libro de Aznar aparecido unos años antes), o con la primera legislatura de Zapatero (al menos eso proponían algunos estudiosos allá por 2009), o con el 15-M, o con la entrada en las instituciones de los emergentes tras las autonómicas de mayo de 2015, o con la confección hace cuatro meses del actual Congreso multicolor. A la vez, por supuesto, que la Segunda Transición no habría comenzado aún, ya que de haberlo hecho no tendríamos que seguir diciendo que España la necesita.

Así las cosas, quizá deberíamos centrarnos menos en hablar del mito o relato de la Transición y más en preguntarnos por el estatus mítico de esa esquizofrénica Segunda Transición que implicaría tanto subsanar los errores de Suárez como corregir los de Carrillo, tanto el triunfo del independentismo como su derrota final, tanto la superación de Tarradellas como el rescate del “Ciudadanos de Cataluña”. Un estatus doblemente mítico, el de la Segunda Transición, puesto que, si bien la Transición fue un proceso tangible sobre el que luego se construyó un relato, la Segunda Transición no es más que una hipótesis contra la cual se van acumulando las evidencias. Al fin y al cabo, si entendemos la Segunda Transición como un proceso mediante el cual la práctica totalidad del espectro político alcanzaría un acuerdo acerca de nuestro futuro modelo de desarrollo y convivencia, lo que nos han mostrado los últimos cuatro meses es que no la habrá ni a corto ni a medio plazo.

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