Publicado en El Mundo el 17 de marzo de 2022: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2022/03/16/623204e5e4d4d86f7f8b4586.html
¿Por qué existe el mal en el mundo? La Humanidad lleva dando vueltas a esta pregunta desde la noche de los tiempos. Algunos, sin embargo, han hallado la respuesta: es por culpa de Occidente. Los vientos que sacuden el mundo se originarían en Estados Unidos y en la esquina atlántica de Europa. Luego avanzarían por el planeta tumbando casas y gobiernos. En algunos casos, esos vientos incluso rebotarían y volverían a nosotros en forma de huracán.
La invasión rusa de Ucrania ha dado pie a una manifestación de esta perspectiva occidentecentrista. Adaptando el viejo lema electoral de Bill Clinton, muchas voces explican las acciones de Putin con un «¡Es la OTAN, estúpido!». El Kremlin estaría respondiendo a la expansión de la alianza atlántica. Esta habría aprovechado, de forma traicionera y temeraria, la debilidad de la Rusia post-soviética para adentrarse en su tradicional esfera de influencia. Se ha pinchado al oso, y este al fin ha reaccionado. Pero lo importante es el orden de causa y efecto: alguien firma un papel en Washington y, años después, los misiles rusos empiezan a caer sobre Mariúpol.
Esta perspectiva goza de cierto prestigio, como si demostrara independencia de criterio: a mí no me engaña la CIA. Pero el resultado deja mucho que desear: el «es la OTAN, estúpido» es una lectura extremadamente superficial de la invasión rusa. Demuestra un gran desconocimiento de la historia, la cultura y la política contemporáneas de aquel país -y de la región-. Putin ha explicado en varias ocasiones que su proyecto es etnicista, irredentista e imperial. Busca restaurar la Gran Rusia de los zares -y, en su interpretación, también de Stalin- por una suerte de imperativo histórico que trascendería las voluntades democráticas. Además, su militarismo criminal se ha activado en otros contextos, ¿o es que su apoyo a Assad en Siria también era una respuesta a la expansión de la OTAN?
Al final, nuestros occidentecentristas parecen incapaces de entender que al este del Elba hay individuos con sus propias agendas y proyectos. Que los rusos, pero también los ucranianos, los lituanos, los estonios, los polacos o los georgianos actúan de forma independiente. Que Putin podría perfectamente haber deseado y preparado la invasión de Ucrania incluso si la alianza atlántica hubiera desaparecido en 1989. Es así que tantos análisis presuntamente sofisticados de estos días naufragan en uno de los peores defectos intelectuales: la falta de imaginación.