Publicado en El Mundo el 14 de octubre de 2021: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2021/10/14/6166dc56fdddff51488b45ac.html 

Uno de los personajes de Ciudad abierta, la extraordinaria novela de Teju Cole, es una historiadora llamada V. Su investigación se centra en los primeros asentamientos europeos en la isla de Manhattan. En su tesis estudió a los colonos holandeses, y las matanzas de indios de las tribus Canarsie y Hackensack que llevaron a cabo. El siguiente proyecto de V. amplía el horizonte, y se centra en el siglo de choques violentos entre los europeos del siglo XVII y las tribus del noreste de lo que hoy es EEUU. Batidas, represalias, masacres, torturas. Sin embargo, estas investigaciones empiezan a afectar a V. La reconstrucción de episodios de una extraordinaria crueldad la empuja a una profunda depresión. No acepta que ese sufrimiento colectivo ocurriera y que haya desaparecido de la memoria del mundo. «No está bien que la gente no esté aterrorizada por esto», le explica a su psiquiatra, «porque esto fue algo terrorífico que le pasó a una enorme población». Cada vez le cuesta más salvar su presente de las negras aguas del pasado. Tras un año de terapia y medicación, V. se suicida.

Suelo acordarme de esta historia cuando hay un nuevo pico en los debates sobre el pasado imperial europeo. Es habitual argumentar, ante las reclamaciones de que España debe pedir perdón por la conquista del imperio azteca, o que lo que se celebra el 12 de octubre es el inicio de un genocidio, que no se puede mirar el pasado con los ojos del presente. No se puede en el sentido de no se debe; pero quizá también, como sugiere la historia de V., en el sentido de que es imposibleUna mirada completamente presentista y honesta -y no un postureo parcial y politizado- probablemente nos destruiría, como si fuéramos aquellos supervivientes del Holocausto que, abrumados por lo que habían visto, acabaron quitándose la vida. No es cuestión de culpabilidad, sino de contemplar «el horror, el horror» que musita el capitán Kurtz en El corazón de las tinieblasAdorno se preguntó cómo se podía escribir poesía después de Auschwitz, pero ¿cómo se puede vivir tras las masacres de galos a manos de las legiones romanas, tras el asesinato masivo de prisioneros Zhao que siguió a la batalla de Changping, tras las atrocidades del sitio de Münster de 1534, tras los sacrificios humanos realizados por los aztecas durante el siglo que duró su imperio, tras las decenas de millones de esclavos de la historia de nuestra especie? Qué inmenso lujo es nuestra inmensa banalización del pasado.