[Este artículo, publicado en el suplemento ‘Ideas’ de Libertad Digital, adelanta algunas de las tesis de la edición española de mi libro acerca de Ramiro de Maeztu.]
Una de las conexiones más estables en nuestro imaginario político es la que realizamos entre el Reino Unido y el liberalismo. Incluso pensadores no británicos como Montesquieu, al desarrollar conceptos centrales a la tradición liberal, identificaron estos con la nación británica en vez de con el país desde el que ellos pensaban y escribían. Así, gran parte de la tradición anglófila –sea en Francia, Alemania o la misma España– se ha basado en la idea de que Reino Unido representa el norte político y sentimental del liberalismo.
Pero esta conexión esconde una importante realidad histórica: Reino Unido (o, en nuestra tradicional metonimia, Inglaterra) tiene una rica y larga tradición política antiliberal. Es más: esta tradición también ha sido influyente en otros países de la Europa continental. Y para comprobarlo no hay más que observar el caso del pensador y periodista Ramiro de Maeztu (1874-1936).
Un español en Londres
Habiendo destacado en el Madrid febril e iconoclasta de finales del siglo XIX –su nombre aparece habitualmente en la nómina de la Generación del 98–, Maeztu se convirtió en 1905 en el primer corresponsal de la prensa española en Londres. El joven, que tenía sangre británica por el lado materno, cogió gusto a su nuevo destino y durante quince años ejerció como el gran mediador cultural entre España y Reino Unido de su tiempo. En los centenares de artículos que publicó en periódicos de gran tirada como La Correspondencia de España y Heraldo de Madrid, Maeztu informó al público español de acontecimientos como la agitación por el voto femenino o la Primera Guerra Mundial. También introdujo en nuestro país a autores como George Bernard Shaw o G. K. Chesterton.
Maeztu también experimentó un gran cambio ideológico durante sus años londinenses, pasando de un ideario reformista a uno tradicionalista. Fue en Londres donde se acercó a las posiciones que, con el paso del tiempo, le llevarían a apoyar la dictadura de Primo de Rivera, a oponerse a la República, a aglutinar al tradicionalismo monárquico en la revista Acción española y a publicar un ensayo de fuerte influencia en el ideario del franquismo: Defensa de la Hispanidad.
A menudo se ha interpretado este cambio como el resultado de un rechazo del pensamiento inglés: según el ministro franquista José Félix de Lequerica, Maeztu habría regresado a España tras «curar radicalmente su enfermedad anglosajona». Pero, en realidad, la evolución de Maeztu es precisamente una muestra de hasta qué punto se había empapado de las corrientes antiliberales que triunfaban en la capital británica, encarnadas en autores como G. K. Chesterton, Hilaire Belloc, T. E. Hulme, A. J. Penty, A. R. Orage y la Sociedad Fabiana.
Británicos contra el consenso victoriano
El Londres de comienzos del siglo XX era uno de los principales centros del cuestionamiento del liberalismo clásico. El descubrimiento de la pobreza en las principales urbes del país fomentado por las novelas de Dickens y documentado por Charles Booth y Joseph Rowntree se unió a la alarma social provocada durante la Guerra de los Bóers (1899-1902), cuando muchos voluntarios de origen obrero fueron rechazados para el Ejército por su lamentable estado físico, resultado de la malnutrición que sufría un amplio sector de la población. Además, desde el mundo de las artes se experimentaba un rechazo entre estético y filosófico hacia la modernidad urbana, financiera y maquinizada que encarnaba la Londres imperial.
Como respuesta, varios sectores empezaron a cuestionar el consenso de la era victoriana y a replantearse el papel y las responsabilidades del Estado. Se produjo así un «renacer socialista» (socialist revival) que, como ha señalado Stefan Collini, no era tanto una asunción del marxismo como un mayor entusiasmo por –y debate acerca de– algo a lo que se llamaba socialismo.
De este caldo de cultivo surgieron movimientos como la Sociedad Fabiana de Shaw y el matrimonio Webb o el nuevo liberalismo de Leonard Hobhouse, Graham Wallas, T. H. Green y J. A. Hobson. Estos movimientos coincidían en su esfuerzo por reconciliar al sujeto político liberal con un Estado mucho más intervencionista. Y sus ideas influyeron decisivamente en el Partido Liberal de aquellos años, que, a través de figuras como Asquith, Lloyd George y el joven Churchill, colocó las primeras piedras del Estado del Bienestar.
Si Maeztu se definió a sí mismo como liberal durante sus primeros años en Londres, esto fue, en gran medida, de acuerdo a estas interpretaciones acerca de las posibilidades del Estado liberal. Como escribió en 1909, «si cuando el gobierno es oligárquico todo liberal tiene que luchar por limitar en lo posible sus poderes, cuando el gobierno es democrático la necesidad de esa limitación desaparece». Pero a partir de 1912 Maeztu se vería atraído por un sector de la intelectualidad británica que criticaba de manera mucho más profunda todo lo que tenía que ver con el liberalismo.