Publicado en El Mundo el 10 de marzo de 2022:  https://www.elmundo.es/opinion/2022/03/10/6228d6c8e4d4d85e218b4570.html

¿Qué están dispuestos a hacer los países occidentales ante la crisis ucraniana? Desde luego no tanto como los otros actores de esta guerra. Putin ya ha indicado que está dispuesto a sacrificar soldados y a empobrecer a su pueblo; los ucranianos han mostrado que están dispuestos a morir para defender su tierra y sus libertades. ¿Y las sociedades que, por regla general, se han solidarizado con la causa ucraniana?

Por ahora se descarta el sacrificio máximo: no estamos dispuestos a matar y a morir por defenderlos. Esto no es tanto una muestra de hipocresía -la acusación favorita de nuestros putinófilos-, sino de responsabilidad: ¿qué clase de líder no intentaría evitar una nueva guerra mundial? Pero remite a la pregunta de qué sacrificios sí asumiremos.

¿Estamos dispuestos a ser más pobres como consecuencia de las sanciones a Rusia? ¿Estamos dispuestos a acoger a millones de refugiados? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestos a ser pacientes? Si la guerra se cronifica y se disipa el shock inicial, ¿seguiremos aceptando el coste de apoyar a los ucranianos?

Quiero pensar que sí; donde no llegue la generosidad llegará el instinto de supervivencia ante una amenaza existencial a la Europa que conocemos. Pero será necesaria una paciencia de otro tipo: la de rebatir los argumentos falaces que seguirán restando gravedad a la agresión rusa, o atribuyendo parte de la culpa a Occidente, o abonando ese siperoísmo sobre el que ha escrito David Mejía. Esos que encontrarán un público más receptivo a medida que nuestras sociedades sientan las consecuencias de esta crisis.

Por ello, habrá que repetir centenares de veces que no, que esto nunca fue culpa de la OTAN, que los cálculos y las fantasías de Putin no responden a agravios reales, y que evidentemente quienes tenían «legítimas preocupaciones de seguridad» no eran los rusos, sino los ucranianos. Tendremos que insistir en lo ridículo que resulta llamarse antiimperialista para luego argumentar que el destino de Ucrania -lo quiera o no- es plegarse a lo que digan los rusos; o denunciar el dirigismo de Bruselas y a la vez decir que Rusia tiene derecho a pastorear su zona de influencia.

Habrá que seguir denunciando la frivolidad que supone ver la paja en el ojo europeo y no el misil en el hospital ucraniano. Continuar señalando, en fin, que la verdadera decadencia de Occidente es esa pérdida de criterio que lleva a algunos a indignarse más con la dictadura progre que con una dictadura de verdad.