Publicado en El Mundo el 9 de junio de 2022:  https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2022/06/09/62a0f3e3e4d4d8b43e8b45e9.html

Siempre quiero ser lo que no soy es el título de un libro de cuentos -muy bueno, por cierto- de Aloma Rodríguez. Pero la frase también resume muchos de nuestros debates colectivos; como si fuera aquello que España murmura para sí cuando se mira al espejo. Esta semana, por ejemplo, muchos han expresado su deseo de que nos parezcamos más a los británicos. Qué relación tienen con su monarquía, qué jubileo tan espléndido han organizado; y qué independientes son sus diputados, qué admirable resulta que se atrevan a censurar a su jefe. También se escucha estos días el conocido anhelo de que nos parezcamos a alguno de esos países que han acertado con su sistema educativo; los que alcanzan grandes pactos de Estado, que pagan bien a sus profesores, que arrasan en PISA.

Luego hay fijaciones más específicas: algunos querrían que fuéramos como los suecos en la presión fiscal, otros piden que nos parezcamos más a los italianos en la manera de distribuir los fondos europeos. Pero el discurso comparativo es general y casi automático: si se pone sobre la mesa un debate como el de la prostitución, no se tardará en explicar qué postura tienen al respecto los países de nuestro entorno. Un entorno que, dicho sea de paso, se plantea de manera bastante creativa: no suele incluir a Marruecos y sí a Finlandia, cuando la distancia entre Madrid y Rabat es de 760 kilómetros y la que va de nuestra capital a Helsinki es de 2.900. Será que el entorno es un concepto más aspiracional que geográfico.

Lo interesante aquí, en cualquier caso, es la pregunta evidente a la que nos conducen todos estos anhelos. Si tanto queremos cambiar, ¿por qué no lo hemos hecho ya? No se podrá decir que las comparaciones aspiracionales son recientes, o que existe algún bloque casticista que se opone al cambio: la admiración por otros países está presente en las derechas y en las izquierdas, en el mainstream (seamos como Alemania, como Dinamarca, como Estados Unidos, como Francia) y en los extremos (seamos como Ecuador, como Venezuela, como Polonia, como Hungría). Quizá el problema sea precisamente la falta de consenso en cuanto a qué modelo deberíamos seguir. O quizá sea que hablar sobre cuánto queremos que España se parezca a otros países es más sencillo y gratificante que hacer algo para lograrlo. Aunque un problema mayor es la falta de imaginación que asoma en todo este discurso. Siempre queremos hacer lo que ya hacen los otros, no lo que nadie ha hecho antes.