Las palabras importan, incluso si están cerca de otras que parecen más importantes. Cuando se propone desde los partidos de izquierda «reconocer a Cataluña como nación», cuando se habla de «reconocer la plurinacionalidad de España», la discusión posterior suele centrarse en el sustantivo nación: qué es, qué implica, cuántas hay, etc. Pero el verbo elegido también es fundamental, ya que condiciona el debate. El significado de reconocer está muy marcado por su connotación de admitirconfesar o identificar. Se ve en los ejemplos que aporta el Diccionario de la RAE a las acepciones 2, 9 y 11 de esta palabra: Reconoció al asesino por su forma de mirar, Juan reconoció que se había equivocado, Reconoció a Luis por hijo suyo. Se nos da a entender que hay una realidad previa al acto de reconocimiento, y que este solo supone oficializar algo que ya es cierto, que lo sería incluso si ese reconocimiento no se llega a producir.

Se acepta así el marco nacionalista: las naciones serían entes naturales y objetivos cuya existencia no depende de las decisiones humanas, del mismo modo que el Duero seguiría ahí si lo borráramos de nuestros mapas. Y sin embargo, la realidad se parece más a lo que describió Gellner: «El nacionalismo no es el despertar de las naciones a una conciencia de sí mismas; más bien las crea ahí donde antes no existían». [Seguir leyendo en El Mundo.]