La University College London (UCL), una de las grandes universidades londinenses, está construida alrededor de un gran patio que separa Gower Street del gran edificio neoclásico que alberga la biblioteca. Es un patio rectangular, amplio, bonito, en el que nunca faltan estudiantes sueltos o en grupos que comen sándwiches, fuman cigarros o ensayan alguna obra de teatro; en primavera acoge la luz limpia del cielo londinense, y la hierba, siempre bien cuidada, resplandece suavemente. Es fácil perderse, por muchas veces al día que uno pase por ahí, la inscripción tallada al pie de las escaleras que reza «In memory of members of the college and of the medical school who died in the service of their country during the years 1914-1919.»

Londres está lleno de este tipo de placas e inscripciones: a lo largo de Bloomsbury, de Trafalgar, a lo largo del río… es frecuente levantar la vista y darse cuenta de que estamos pasando ante un monumento, pequeño o grande, a la memoria de los caídos de alguna guerra británica. Pero resulta imposible reconocer el contenido que aportan las palabras, evocar las imágenes que intentan mantener vivas; nunca dejamos de observar la piedra o el bronce, nunca se presentan ante nuestros ojos los rostros de chavales de nuestra edad, hacinados en trincheras encharcadas, muertos de miedo de día y de noche. Los años de sacrificios no tienen ningún sentido en la exuberante metrópoli. [Seguir leyendo.]