Columna publicada en El Mundo el 26 de enero de 2023 (https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2023/01/25/63d15153e4d4d88a0e8b4596.html)
¿Qué pasa en nuestras universidades? La protesta del martes contra Isabel Díaz Ayuso en la Complutense recuerda otros episodios como los que vivieron Rosa Díez, Cayetana Álvarez de Toledo, Felipe González o Javier Ortega Smith. Sin embargo, hay algunas diferencias que conviene resaltar. En contraste con aquellos casos, los agitadores antiAyuso no intentaban impedir una charla, un coloquio o una mesa informativa -como ocurre en los campus catalanes con los execrables boicots a la asociación S’ha Acabat-, sino un acto de reconocimiento. Es decir, no se trataba de coartar la libertad de expresión que debe estar en el centro de una institución educativa, sino de rechazar un reconocimiento que se concedía en nombre de una facultad.
Aquí es donde el asunto se vuelve más pantanoso. Cada vez entiendo menos que las universidades entreguen doctorados honoris causa, distinciones a egresados ilustres y demás farfolla. Cualquier propósito noble que tuvieran estas iniciativas se perdió hace tiempo. Ahora parecen meras herramientas para el autobombo institucional, para favorecer alguna relación conveniente o para nutrir vanidades y agendas de contactos.
Esto se vuelve especialmente problemático si la distinción recae sobre un político. Un manifiesto divulgado hace unos días criticaba -con razón- la posibilidad de que los claustros se posicionen en cuestiones ideológicas, tal y como contempla la nueva Ley de Universidades. Manuel Toscano ha explicado en Vozpópuli los motivos por los que es necesaria la neutralidad de este tipo de instituciones. Pero ¿no se pone en entredicho esa neutralidad cuando se distingue a un político en activo, y encima a uno que -con razón o sin ella- concita el rechazo de una parte considerable de esa comunidad universitaria?
El caso es que las objeciones sensatas fueron barridas por el lamentable espectáculo del martes. Nadie debería necesitar acompañamiento policial para acceder a una facultad; qué decir de 20 furgones de antidisturbios. Ante esta sencilla constatación, todo lo demás se vuelve secundario. Los argumentos exculpatorios -del «fue a provocar» al «esto ha pasado siempre»- resultan tan obscenos como deprimentes. E ilustran un problema mayor: a veces quienes más dicen preocuparse por la universidad son quienes más daño le hacen.