[Columna publicada en El Mundo el 26 de noviembre de 2020: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2020/11/26/5fbe81c4fdddfff65a8b4573.html ]

En las últimas semanas, y sin haberlo buscado, han pasado por mi mesilla cuatro libros sobre la pandemia. El tema es común, los enfoques son distintos. En Manual de incompetencia (Funambulista) y en Una pandemia de errores (Deusto), los periodistas Iñaki Ellakuría, Pablo Planas y Francisco Mercado analizan la acción del Gobierno en los primeros meses de la pandemia y exponen sus equivocaciones e imprevisiones. En Salvoconducto-19 (Renacimiento) el también periodista Daniel Ramírez García-Mina comparte su diario de aquellos días de encierro, de calles vacías y de ataúdes en el Palacio de Hielo de Madrid; un texto en el que muchos reconocerán impresiones fortísimas que, sin embargo, hemos relegado a una esquina de nuestra memoria. Por último, en Desde las ruinas del futuro (Taurus), el profesor y ensayista Manuel Arias Maldonado desarrolla una teoría política de la pandemia con la inteligencia, sensatez y erudición que caracterizan su obra.

Tomados en conjunto, estos títulos dan fe de la onda expansiva del Covid-19 en España; no solo en el plano material, sino también en el intelectual. Una onda expansiva que abarca desde el deseo de dejar constancia del trauma hasta la indignación de quien no acepta que todo lo que ha pasado fuese inevitable, pasando por la reflexión acerca de qué supone esto para nuestras ideas sobre la sociedad, la naturaleza y la vida. Pero dije «onda expansiva del Covid-19» y debería haber precisado: se trata más bien de la onda expansiva de la primera ola. La lectura de estos títulos resalta, precisamente, el contraste entre cómo vivimos aquella fase y cómo estamos viviendo esta. Del shock que dio pie a estos libros parecemos haber pasado a la gestión del día a día. Del vértigo ante la muerte hemos pasado a debatir -el mismo día que se notificaban 537 fallecimientos- la composición de nuestras mesas de Nochebuena. La legislatura ha reanudado su marcha siguiendo dinámicas idénticas a las de principios de 2020. La conversación sobre la pandemia está volcada sobre el futuro: lo esperanzador -las vacunas- y lo aterrador -la penuria económica-. Las UCIs, los enfermos, los fallecidos siguen ahí, pero desdibujados para quienes tienen la fortuna de que no les haya tocado. Uno entiende que la pérdida de sensibilidad es inevitable, que el nivel de emergencia es distinto, que aprender a vivir con el virus era, también, aprender a vivir con sus muertos. Pero cabe preguntarse si tenía que dársenos tan bien.