Una de las reacciones habituales ante atentados como el de este miércoles en Londres es la que postula que todos nuestros primeros impulsos están equivocados. Que, aunque el cuerpo nos pida sentir miedo, indignación y dolor por empatía con las víctimas, aunque sintamos la pulsión de lucir nuestra solidaridad con ellas de alguna manera visible, esto no conduce a nada. Es más, nos estaríamos convirtiendo en parte del problema en vez de en parte de la solución. Es la respuesta Yoda: ten mucho cuidado con lo que sientes -aunque lo que sientas sea tan natural como el miedo de un niño a perder a su madre-, porque el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento y el sufrimiento lleva al Lado Oscurine Le Pen.
Reconocerán este discurso porque es el que con mayor velocidad desenfunda el verbo «sobredimensionar», y el que con mayor frecuencia lo conjuga con la estadística de fallecidos en accidentes de tráfico; o con gráficos que muestran el descenso paulatino de muertes por atentados terroristas en Europa; o con el argumento de que anteayer murieron [número alto] personas en [ciudad de Oriente Medio] y nadie se enteró; o con la acusación a Facebook de frivolidad por crear un filtro con la bandera del país en el que se ha producido el último atentado; o con la crítica a los medios de comunicación por exagerar la amenaza terrorista y dar, así, un altavoz a los fanáticos y una cuña publicitaria a los histéricos.
Uno quiere pensar que detrás de este discurso hay algunas buenas intenciones; pero hay que preguntarse si quienes lo repiten se dan cuenta del horizonte al que conducen sus razonamientos, y si son conscientes del irritante paternalismo que supuran. Porque sentir dolor, indignación, empatía y miedo por tus allegados no es el camino que lleva a Marine Le Pen; es el camino que lleva a ser una persona más o menos decente. [Seguir leyendo en El Español.]