En Navidades hay que escribir sobre las Navidades. Ya se puede estar cayendo el mundo a pedazos, ya puede estar la Tierra bajo fiero ataque de la civilización Zorg, que los lectores quieren leer algo acerca del árbol, el belén, la cena familiar. Da lo mismo si es algo bueno o malo, sentimental o cascarrabias: la cuestión es hablar -escribir- acerca de las Señaladas Fechas.
La Navidad, al fin y al cabo, es autorreferencial: solo habla de sí misma y solo cobra sentido al hablar de sí misma. No, miento; para los creyentes la Navidad habla de las razones de su fe, y toda la liturgia de estas fechas se dirige hacia ese fin. Pero para los laicos / agnósticos / descreídos, la Navidad solo cobra sentido como una referencia a las Navidades pasadas y futuras. No comemos turrón principalmente porque nos guste -de ser así, lo estaríamos comiendo todo el año- sino porque el año pasado lo hicimos durante estas fechas y el que viene esperamos volver a hacerlo, también en las mismas fechas. Y así con los villancicos, el cuñado, las colas en el Corte Inglés.
Es la paradoja de la Navidad: para estar en esta, en la de 2016, debemos estar al mismo tiempo en la de 2015 y en la de 2006 y en la de 1983… ellas dan sentido a esta y, sin esta, aquellas dejarían de tener significado. La Navidad es una esquina del invierno que vestimos para que nos recuerde a la Navidad anterior y nos adelante la Navidad futura; es un punto de ping-pong entre el pasado y el presente que, para funcionar, no debe terminarse nunca.
Por esto la canción de Navidad perfecta, al menos para los descreídos mayores de doce años, es Fairytale of New York, del grupo angloirlandés The Pogues. [Seguir leyendo.]