Giulio Andreotti popularizó aquello de que el poder desgasta a quien no lo tiene. Y aunque esta máxima tiene mayor aplicación cuando quien está en el poder es alguien de su habilidad, inteligencia y falta de escrúpulos –Sánchez solo rivaliza con el antiguo líder italiano en uno de esos aspectos-, nos permite entender la encrucijada en la que se encuentran los partidos de la oposición. En los últimos días hemos visto un despliegue de distintas estrategias para sobrevivir y medrar dentro de ese bloque: desde la posible alianza de Ciudadanos y PP en las autonómicas vascas, gallegas y catalanas, hasta las duras -e injustas- acusaciones de Vox a los populares por su exclusión de las comisiones del Congreso. Lo que resulta menos claro es que exista una estrategia para que estos partidos salgan algún día de la oposición. En parte, porque aquí también es crucial la relación que se establezca entre ellos. Una razón del éxito de la coalición Frankenstein que sostiene al Gobierno es que cada parte sabe si es brazo, rodilla o cabeza, y mal que bien asume el rol que le corresponde. El resultado no es edificante, pero sin duda es más operativo que el de un organismo en el que el brazo quiere ser cabeza y una rodilla no quiere caminar al compás de la otra.
La perspectiva, a corto y medio plazo, es desalentadora. PP y Vox viven en su lado del hemiciclo una versión de la pugna PSOE-Podemos, y aunque ahora sabemos que esa historia termina con la subordinación del partido emergente al tradicional, también sabemos que entremedias pasaron seis años y la asunción de buena parte del discurso extremista por parte de la formación clásica. [Seguir leyendo en El Mundo.]