Ames a quien ames, el ministro encargado de tu seguridad te odia. Esta fue la triste versión del lema del Orgullo madrileño que Grande-Marlaska dirigió el pasado sábado a cuatro millones y pico de votantes de Ciudadanos y a otros cuatro millones y pico de votantes del PP -además de a los dos millones y medio de votantes de Vox-. Porque a todos ellos se refirió el ministro del Interior al llamar a «hacer frente a esa derecha que se ha unido», esa -según él- «derecha cobarde, hipócrita y cínica». No se sabe qué ha pretendido decir después Marlaska al señalar que solo hizo una declaración política(¿cuál, viniendo de un político, no lo es?), pero en cualquier caso la realidad es terca: los representantes representan a alguien. Y tampoco hizo distingos el ministro entre aquellos cuya postura «debe tener alguna consecuencia, en un sentido o en otro». Un sentido se vio precisamente en el escrache que sufrió la delegación de Cs en el Orgullo; y el responsable de las fuerzas de seguridad del Estado debería aclarar qué otros sentidos tiene en mente. Como convendría que explicase qué le parecen los pactos de su partido con quienes aún llaman lucha armada al asesinato de los policías y guardias civiles bajo su mando, o con quienes se manifiestan a favor de los chavales de Alsasua. No se le conocen al ministro declaraciones sobre Bildu o Podemos como las que vertió este sábado sobre Cs y PP, pero ahora que ha decidido manifestarse sobre estos temas debemos exigirle que no se detenga. Lo contrario sería dar alas a la conclusión de que el partido de Ortega Lara le parece un socio más indeseable que el partido de Otegi. Sorprende que esto lo piense alguien que conoce bien la realidad del terrorismo; por eso debe aclararlo. El Rubicón lo ha cruzado él solo.
Por desgracia, este episodio supone una nueva muestra del sentido de la institucionalidad del PSOE. A saber: es un valor fundamental cuando toca quejarse de que Rivera rechaza invitaciones a la Moncloa, o cuando Pedro Sánchez esquiva preguntas alegando que yo soy el presidente del Gobierno. Pero es algo que se olvida cuando toca hablar de adversarios políticos y se sustituye por electoralismo y una profunda pulsión excluyente… [Seguir leyendo en El Mundo.]