[Publicado en El Mundo el 25 de agosto de 2022: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2022/08/25/630617a1fdddffe5b58b45b0.html]

Estos seis meses de guerra en Ucrania nos han descubierto muchas cosas: la capacidad de resistencia del pueblo y el Estado ucranianos, la efectividad de algunas armas novedosas en el campo de batalla, o el dudoso prestigio de ciertos analistas geopolíticos. Pero hay algo que conocíamos perfectamente antes de la invasión: lo ridículo que resulta el argumentario de Putin. Y este medio año de guerra no ha hecho sino confirmar este extremo.

Casi inspira ternura, por ejemplo, ver a los putinianos denunciar el «imperialismo» o el «expansionismo» americano mientras justifican el proyecto más explícita y sanguinariamente imperial que ha visto Europa en varias décadas. También sorprende escucharles criticar la «hipocresía» de Occidente, cuando se han indignado más con el asesinato de una civil rusa (Daria Dugina) que con los de esos 5.500 civiles ucranianos que, según la ONU, han muerto desde el inicio de la invasión. O cuando se escandalizaron más con las fotos de la mujer de Zelenski en Vogue que con el vídeo en el que un soldado ruso castraba vivo a un prisionero de guerra ucraniano.

Sin embargo, ninguno de los argumentos habituales de Putin es tan risible como el de la presunta decadencia de Occidente. Este es uno de los puntales de su autojustificación: el putinismo, con su conservadurismo social y su gobierno autoritario, ofrecería una alternativa sana y vigorosa frente a la decadencia progre de las democracias occidentales. Pero, ¿qué lecciones puede dar Rusia a nadie sobre decadencia? Hablamos de un país con un PIB comparable al de Italia, pese a tener más del doble de población y extraordinarios recursos naturales. Hablamos de una cultura oficial obsesionada con las glorias nacionales del pasado, y que pasa por alto -o directamente justifica- la violencia y las terribles condiciones de vida que las hicieron posibles. Hablamos de una sociedad civil domesticada, indiferente ante las atrocidades que se cometen en su nombre, o incapaz de resistir la propaganda y la represión gubernamentales. Hablamos de unas fuerzas armadas que, pese a recibir el 4% del PIB nacional, se han estancado en la invasión de vecino mucho más débil y pequeño. Hablamos de un país que presume de vivir un «renacimiento espiritual» cuando tiene los índices de corrupción más elevados de toda Europa, y cuando la jerarquía de su Iglesia lleva meses bendiciendo el asesinato de miles de correligionarios ucranianos. ¿Rusia, la tercera Roma? Sí: la de Calígula