Isaac Rosa, Feliz final. Barcelona, Seix Barral, 2018, 340 pp.

Ángela y Antonio acaban de romper tras trece años juntos. Ahora echan la vista atrás, intentando explicar por qué se ha desvanecido el amor que en su día pareció indestructible. Esta es la premisa de Feliz final, novela en la que los protagonistas se turnan para relatar una historia compartida, aunque nunca plenamente integrada. La obra explicita así una de sus ambiciones: trasladar al plano narrativo la fenomenología de las relaciones amorosas. Como explica uno de los protagonistas, “una separación es también, es sobre todo, la pérdida de un relato común, y en el momento de la ruptura aprieta la necesidad de contar, recontar por última vez”.

En sus dos últimas novelas (La mano invisible, de 2011, y La habitación oscura, de 2013), Isaac Rosa demostró ser uno de los escasos novelistas de éxito actuales que tienen el don de la facilidad sin la tara de la autocomplacencia. En términos estilísticos, y debido a su interés por captar el impulso obsesivo y logorreico de la zozobra amorosa, Feliz final es más prolija que aquellas obras. Lo que se gana en capacidad de testimonio y en algunos pasajes realmente conmovedores se pierde en la dilución de una de las principales fortalezas de su autor. A cambio, el gran acierto del libro es otro elemento que Rosa maneja con maestría: la estructura. Como anuncia el título con su inversión del conocido sintagma, la novela está narrada desde el final de la relación hasta su inicio. En medio, el nacimiento de las hijas, las infidelidades, las mudanzas y todo un mar de pequeñeces domésticas. La novela vuelve con frecuencia sobre la metáfora de una excavación arqueológica: cada capítulo va descubriendo un nuevo estrato subterráneo y, en él, nuevas pistas para entender lo que ha pasado. El propio lector se convierte en partícipe del proceso al ir descubriendo anuncios de lo que terminó sucediendo, inquietantes paralelismos entre el pasado y el presente.

De esta forma, la novela propone una mezcla de linealidad y circularidad que se ajusta bien a su temática. Por un lado, refleja la experiencia de cada relación como algo radicalmente único: nunca dejarán los protagonistas de haber vivido los trece años que pasaron juntos, ni de haber cometido cada error y cada acierto en el momento preciso y por las razones exactas por las que lo hicieron. Por otro lado, refleja la conciencia de que cada relación sigue unos patrones que compartimos con otros e, incluso, con anteriores versiones de nosotros mismos. Uno de los aciertos de Feliz final es instalarse plenamente en esa tensión sin tratar de resolverla.

La novela también tiene una importante ambición costumbrista. A través de los cálculos que hacen Ángela y Antonio para comprarse la casa del pueblo o para rehacer su economía familiar tras el estallido de la crisis, Feliz final recoge numerosos avatares de las relaciones amorosas en España durante los últimos quince años. Además, el protagonista masculino muestra la experiencia tanto de los padres divorciados como del gremio periodístico: con él asistimos a la creación de nuevas cabeceras durante los años del boom, al desmantelamiento de las redacciones en los de la crisis y a la consolidación del pavoroso modelo de los colaboradores freelance. Curiosamente, sabemos mucho menos de la vida laboral de la protagonista femenina, que se nos consigna casi enteramente a través de dos palabras: tesis y oposiciones. Nunca deja de sorprender, en este sentido, la frecuencia con que en las obras literarias aparecen maestros que nunca preparan clases, ni corrigen exámenes, ni se ven afectados por el tiovivo emocional diario que es dar clase. Los aportes costumbristas de Ángela van por otros derroteros: exponer argumentos acerca de la crianza natural y hacernos partícipes de un proyecto para recopilar testimonios de víctimas del franquismo.

En cualquier caso, la amplitud de experiencias que se recogen en Feliz finalgarantiza que prácticamente cualquier lector podrá reconocerse en alguna de las situaciones que afrontan los personajes. En un momento de la novela se señala que “faltan ficciones que nos cuenten cómo nos amamos los vulgares, los que no tenemos ni un amor perfecto y mítico, ni un amor imposible y trágico”. Otro de los aciertos de esta obra es ubicarse en ese espacio donde, al final, nos encontramos casi todos. Más endeble resulta la pretensión de una reductio ad capitalismus que asoma en varios pasajes de la novela: la idea de que el desgaste que sufren Antonio y Ángela es un síntoma de un proceso más amplio, en el cual los valores y las estructuras del neoliberalismo estarían corroyendo el amor, en una nueva variante de la “corrosión del carácter” postulada por Richard Sennett (autor citado en la sección de agradecimientos). Buscábamos el amor libre y nos encontramos con el amor liberalizado, lamenta Ángela al comienzo de la novela. Si bien es de agradecer el habitual interés de Rosa por que sus novelas animen a la reflexión, la tesis es difícil de sostener en varios planos, incluyendo el de la historia literaria. Si la sociedad tardocapitalista que refleja Feliz final es una en la que las personas se quieren mal, hay que preguntarse si las que produjeron La CelestinaLa fierecilla domadaLa RegentaMadame Bovary o Lolita eran sociedades en las que los amantes se querían bien. Por fortuna… [Seguir leyendo en Letras Libres.]