[Columna publicada en El Mundo el 27 de agosto de 2020: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2020/08/27/5f46515721efa0f3628b45c9.html ]
Hace unos años, Antonio Muñoz Molina publicó un artículo titulado En Francoland. El escritor relataba su experiencia en un acto en Heidelberg, en el que «una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía Francoland«. Muñoz Molina daba fe de la frustración de muchos españoles, sobre todo durante el procés, por la vigencia en el extranjero de los tópicos sobre España. Sin embargo, y como evidenciaba aquel artículo, el problema no es exclusivo del extranjero: la fuente de la profesora alemana era un catalán. Si la idea de que España es Francoland sigue gozando de buena salud es, en parte, porque hay muchos españoles que siguen difundiéndolo. Por ejemplo, el socio menor y los apoyos parlamentarios del actual Gobierno. El problema de los tópicos sobre España no es que crean en ellos personas que no votan aquí, sino que millones de españoles sigan dispuestos a recurrir a ellos.
Algo parecido está ocurriendo en estas semanas de repunte pandémico. Varios expertos y dirigentes han señalado que hay un «factor cultural» que ayudaría a explicar por qué se han disparado los contagios en nuestro país. No se suele aportar más detalle, pero la connotación está clara: nos contagiamos, en parte, porque los españoles somos un pueblo efusivo, sobón, sociable. Quizá, también, algo indisciplinado e irresponsable. El argumento se deshace en cuanto consideramos que tenemos peor tasa de contagios que Italia y Grecia, que no parecen ser sitios habitados por gélidos calvinistas, o donde se viva en cabañas unipersonales separadas por kilómetros de campo nevado. Pero es que tampoco el norte de Europa es un sitio de disciplina marcial e impulsos asociales: en Mánchester, tras decretarse el confinamiento, la policía tuvo que intervenir en 660 fiestas en el espacio de dos semanas. Da igual: lo del «factor cultural» muestra hasta qué punto estamos dispuestos a repetir nuestros propios estereotipos románticos: los españoles como seres voluptuosos en perpetua huida de los tricornios y entregados a lúbricas danzas nocturnas. En este caso, con el fin de trasladar parte de la culpa de la situación a los ciudadanos. Pero, puestos a repetir tópicos, usemos alguno que sea más verosímil en este contexto. Por ejemplo, el de nuestra incapacidad para tener élites responsables. Quizá el problema no esté en la España del Romancero gitano sino en la del Cantar de Mío Cid: qué buen vasallo si oviesse buen señor.