Lo del columnismo ya es un asesinato recurrente. Hace unos días fue una entrevista en la que Quique Peinado lo definía como “el cáncer del periodismo español”, lo cual dio pie a un artículo en el que Alberto Olmos proclamaba la defunción del género. Hace unos meses también tuvimos la querella cipotudiana, aplaudida por un aspirante a la Moncloa como una fabulosa manera de “patear columnistas”. Incluso en las facultades de Periodismo se detecta en ocasiones esa visión despectiva del columnista: ese tertuliano, ese intruso.

Cristian Campos ya respondió hace unos meses a este discurso de una forma mucho más ingeniosa y desacomplejada de la que yo sería capaz. Pero no parece que el debate vaya a amainar: lo que está en juego, al fin y al cabo, es la forma de otorgar legitimidad intelectual en la España post-bipartidista. Así que veamos algunos de los argumentos del anti-columnismo y vayamos apuntando algunas objeciones a ellos. El lector decidirá si tengo algo de razón o si no soy más que un… columnista.

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