Un fantasma recorre España: el fantasma de William Shakespeare. Como si del padre de Hamlet se tratase, el gran escritor inglés se nos ha aparecido para avisarnos de que no estamos haciendo lo que debemos, que algo huele a podrido en el reino de Rajoy.

O al menos eso es lo que parece, dado que cada vez es más habitual escuchar que los fastos del cuarto centenario de Cervantes palidecen en comparación con lo que están haciendo los ingleses para conmemorar la misma efeméride de la gran figura de sus letras. Un nuevo lugar común que parte de una realidad (que los británicos han dedicado más tiempo y esfuerzo al cuarto centenario de Shakespeare que los españoles) para denunciar lo que supuestamente habría provocado este desequilibrio: nuestros líderes son unos incultos, nuestros jóvenes son unos incultos, nuestros profesores son unos incultos, nuestra sociedad es inculta, y en fin, España es España, ya se sabe. Interpretación que ha sido canonizada por Pérez-Reverte en un reciente artículo que invoca el fantasma de Shakespeare como prueba de que somos un «lugar desmemoriado, ingrato, desleal, miserable, insolidario, analfabeto hasta el suicidio».

Es cierto que el centenario de Cervantes no se ha preparado todo lo bien que se debía, que el programa de actividades es algo casposillo, y que en general se podría hacer mucho más para acercar a nuestro autor más universal a la sociedad. Pero la ubicuidad de Shakespeare en este debate, el hecho de que la comparación con el Reino Unido se haya convertido en un lugar común (hasta Patxi López la esgrime solemnemente), demuestran que hay aquí algo más que la constatación de realidades mejorables. Como casi siempre que nos comparamos con un país extranjero, estamos rozando el terreno de la patología nacional. [Seguir leyendo.]