La evacuación de obras del Museo del Prado en 1936 es uno de los episodios más emblemáticos de nuestra Guerra Civil. En los primeros meses de la contienda, el gobierno republicano decidió preservar aquel patrimonio alejándolo de un Madrid bombardeado. Pero aquellos camiones que bajo la dirección de Timoteo Pérez Rubio transportaron Riberas y Goyas por media España -y luego por media Europa- son solo una parte de una historia mucho más amplia: la de los azares de nuestro patrimonio artístico durante la guerra y la posguerra.
Este será uno de los ejes del congreso ‘Museo, guerra y posguerra. Protección del patrimonio en los conflictos bélicos’, que se celebrará en el Museo del Prado entre el 9 y el 11 de octubre. El encuentro, dirigido por el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid Arturo Colorado, abordará cuestiones clásicas como los traslados de obras que se hicieron durante la guerra. Pero también tratará aspectos menos conocidos, como el expolio de obras pertenecientes a particulares.
Este asunto ha empezado a recibir atención en los últimos años. En el libro colectivo Patrimonio cultural, guerra civil y posguerra (Fragua), la investigadora Teresa Díaz Fraile explica que las autoridades republicanas reunieron durante la guerra unas 38.000 piezas artísticas de colecciones públicas y privadas. Tras la guerra, el Servicio de Recuperación Artística del régimen de Franco restituyó la mayor parte a sus dueños. Sin embargo, un porcentaje de aquellas obras se cayó entre las grietas del sistema. Algunas desaparecieron durante los traslados mientras que la suerte de otras quedó marcada por el hecho de que sus dueños eran republicanos exiliados. Ahora, los investigadores utilizan los registros de incautación y devolución para averiguar qué fue de ellas. El objetivo no es solo profundizar en nuestro conocimiento histórico, sino también aportar documentos que ayuden a los descendientes de aquellas familias a reclamar su patrimonio.
Un caso ilustrativo es el de Mariana Carderera, bisnieta del coleccionista Valentín Carderera y Solano. Al concluir la guerra se exilió en Estados Unidos con su marido, el coronel del ejército republicano José Sicardo. En su huida debieron dejar atrás una colección privada que incluía cuadros firmados por Goya, Velázquez, Durero y Sorolla. Sus descendientes denuncian que muchas de estas obras fueron reclamadas por militares y aristócratas cercanos al régimen, aprovechando la ausencia de sus legítimos dueños. El laxo sistema de reclamaciones del Servicio de Recuperación habría facilitado fraudes de este tipo. «Mis abuelos se vieron abocados a un exilio forzado», declara a EL MUNDO Carlos Colón Sicardo, descendiente de Sicardo y Carderera; «su patrimonio fue incautado y parte de dicho patrimonio fue entregado de manera bochornosa a terceras personas o colocado en instituciones gubernamentales y afines al Régimen». Ahora desea «que se haga justicia» mediante la recuperación de aquel patrimonio.
DIFICULTADES LEGALES
Las bases jurídicas para reclamar estos bienes son complejas. Rafael Mateu y Laura Sánchez Gaona, abogados del Departamento de Derecho del Arte de Ramón y Cajal Abogados que actualmente asesoran a los descendientes de Sicardo, y que intervendrán en el congreso del Prado, señalan que la Ley de Memoria Histórica no creó ningún mecanismo específico para este tipo de reclamaciones.
Tampoco existen mecanismos suficientes dentro del derecho internacional, pese a las convenciones que han surgido a propósito del expolio nazi. Los Principios de Washington y la Declaración de Terezin señalan la disposición de los países firmantes (entre los que se encuentra España) a facilitar el regreso de obras expoliadas a sus dueños o a indemnizarlos debidamente. Sin embargo, Mateu y Sánchez Gaona explican que son declaraciones no-vinculantes, por lo que el marco de referencia sigue siendo la legislación de cada país. Esto quedó patente en la reciente disputa entre el Museo Thyssen y la familia Cassirer a propósito de un cuadro de Pissarro. La venta de la obra en el contexto del expolio nazi condujo a su entrada en el mercado y a su posterior adquisición para la Colección Thyssen. Un tribunal falló que… [Seguir leyendo en El Mundo.]