[Publicado en El Mundo el 14 de mayo de 2020: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2020/05/14/5ebc1127fc6c83cc108b459c.html]

El periplo de Manuel Castells como ministro de Universidades tiene su interés. El reputado sociólogo combina un desempeño insólito en el cargo con episodios que atestiguan la compleja relación de nuestro país con su sistema universitario. Podemos dejar de lado los aspectos más reprobables del Castells pre-gubernamental, como su burda deslegitimación de los jueces o su participación en esa izquierda que dice no ser nacionalista pero justifica el 95% de argumentos y acciones del nacionalismo catalán. Al fin y al cabo, todo ello se ajusta a lo que piensa y dice el responsable de su nombramiento, es decir, el vicepresidente Iglesias. Más peculiar ha sido la actuación del Castells ministro, quien ha alternado las ausencias mediáticas (incluyendo un incomprensible viaje de diez días a EEUU) con declaraciones poco meditadas (la más reciente, sobre la conveniencia de «copiar bien») que han merecido reproches de estudiantes y profesores. Tampoco han faltado contradicciones, como poner en marcha un rimbombante plan de encuentros –«El ministro escucha»– para luego tramitar en pleno estado de alarma una cuestionable reforma del decreto sobre enseñanza universitaria; o criticar repetidamente la política de tasas del PP cuando las más altas de España son las de las universidades catalanas. Todo esto, junto con una continuada producción periodística en la que Castells anuncia cómo será el mundo pospandemia, o con la declaración de que se cartea personalmente con algunos estudiantes, o con su insistencia en que su ministerio tiene pocas funciones, da una impresión de amateurismo que sería simpática si no estuviera sufragada con dinero público y no afectase a un sector absolutamente crucial para cualquier país desarrollado; uno que, además, arrastra graves problemas desde hace mucho.

Pero Castells también tiene algo de síntoma. Resulta extraño que esa constatación de su falta de competencias no haya provocado debates más amplios. Por ejemplo: ¿la experiencia de estos 25 años demuestra que la descentralización universitaria -culminada en 1996- fue una decisión acertada? ¿Es aceptable que PSOE y Podemos hayan separado las carteras de Ciencia y Universidades? ¿Qué competencias querríamos para un ministerio de Universidades? Este es el tipo de debates que podría producir mejoras más allá del ruido político. El Castells show parece, en fin, el síntoma de una sociedad a la que sigue sin importarle demasiado qué sucede con su sistema universitario.