[Publicado en El Mundo el 28 de mayo de 2020: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2020/05/28/5ece5ccd21efa06b288b45d6.html]

La semana comenzó con una campaña gubernamental que declara que «salimos más fuertes» de la crisis del coronavirus. No es cierto. Nos hemos dejado, como mínimo, a 27.000 seres queridos por el camino. Decenas de miles más han vivido experiencias de infección y hospitalización. Y entre todos acumulamos más dolor y menos riqueza que hace dos meses. Es cierto que la sociedad civil ha mostrado responsabilidad, y que hemos añadido otro episodio a nuestro cúmulo de experiencias compartidas. Pero las estructuras del Estado han sufrido un fuerte desgaste -véase la tensión entre Gobierno nacional y algunos gobiernos autonómicos- y ha aumentado el recelo de parte de los gobernados hacia sus gobernantes -eso son las caceroladas-. En el cómputo global, hoy estamos más traumatizados y empobrecidos que en marzo y con menos fe en gobiernos e instituciones.

No somos más fuertes que hace dos meses ni que hace dos años. Porque la semana que empezó con el eslogan gubernamental terminará con la efeméride de la moción de censura a Rajoy (31 de mayo de 2018). Pedro Sánchez va a cumplir su segundo año como presidente y el balance es pésimo; máxime cuando hablamos de quien llegó a la Moncloa prometiendo devolver la decencia a las instituciones. Desde entonces, su obsesión por mantenerse en el poder ha corroído desde la credibilidad del CIS hasta la separación de poderes, la independencia de la Justicia o la gestión de los cuerpos policiales. La línea que va del cese de Edmundo Bal al de Pérez de los Cobos es la historia de una erosión de importantes pilares de la democracia. Los fichajes estrella del Gobierno se han revelado o intrascendentes o decepcionantes; y ninguno más que Grande-Marlaska. La apuesta por alcanzar acuerdos con los responsables del golpe institucional de 2017 o con los herederos de Batasuna ha redundado en cesiones morales y materiales del Estado, sin beneficio apreciable para el conjunto de la ciudadanía. El mensaje mil veces repetido de que todo lo malo que acontece es culpa de La Derecha ha precipitado nuestra caída en un delirio frentista. Ninguna de las medidas «sociales» eran incompatibles con otro tipo de política o con otro manejo del poder. Y a todo esto se añade una gestión, como mínimo, errática e irresponsable de la crisis sanitaria. Quien creyese que de la amplia y justificada oposición a Rajoy saldría naturalmente una España mejor se equivocaba. Y también de esto nos costará mucho tiempo y esfuerzo salir.