Son hombres blancos sin estudios universitarios. Son los perdedores de la globalización. Son hombres blancos sin estudios universitarios. Son los perdedores de la globalización. Son hombres blancos sin estudios universitarios. Son los perdedores de la globalización.

Hace meses que los periódicos y los comentaristas recurren a este mantra para explicar el auge de Donald Trump. Una explicación sociológica más o menos sencilla de digerir -siempre que pasemos por alto sus connotaciones clasistas- y que nos permite vincular el auge de Trump en EEUU con los diversos populismos que vivimos en Europa -el voto a Trump como el voto al UKIP como el voto a Le Pen-. Una explicación útil y, sin embargo, insuficiente. Pues si bien nos explica el por qué Trump, no dice nada de por qué Trump ahora.

Al fin y al cabo, la globalización no ha sido un proceso de los últimos cuatro años. La desaparición de puestos de trabajo en Ohio o el cierre de fábricas en Michigan son procesos que llevan casi cuatro décadas en marcha (las que lleva Bruce Springsteen cantando a la América posindustrial), y en su versión acelerada desde hace dos. El tratado de libre comercio entre EEUU, Canada y México -NAFTA-, que tanto denuncia Trump en sus mítines, lleva en vigor desde 1994.

Si esto fuera suficiente para explicar el auge de un populismo nacionalista, ¿por qué no surgió Trump en 2012, o en 2008, o en el 2000? Si la base del voto a Trump es un grupo racial («los blancos») que se sentiría amenazado en sus privilegios, ¿cómo es que Mitt Romney, el anterior presidenciable republicano y un candidato completamente distinto del actual, tenía mejores porcentajes de intención de voto entre los blancos sin estudios universitarios que Trump?

El mantra de los hombres-blancos-sin-estudios-perdedores-de-la-globalización solo puede explicar una parte de este fenómeno. La otra, en mi opinión, sería mucho más endógena: la reacción contra las dos legislaturas de Barack Obama. Sólo podremos explicar el auge de Trump en 2016 si entendemos hasta qué punto la presidencia de Obama ha ido a contrapelo de muchas de las creencias más arraigadas entre los estadounidenses acerca de su identidad nacional. Trump no es tanto una revuelta de clase contra la globalización como una revuelta cultural-identitaria contra Obama.

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