La investidura de Díaz Ayuso ha constatado una de las paradojas de nuestro tiempo. Por un lado, nuestra política -nacional, autonómica, municipal- se ha organizado alrededor de dos bloques graníticos. Aunque compitan entre sí, los integrantes de cada bloque parecen haber asumido que están en el mismo saco que los otros y obligados a entenderse con ellos. Las formas de las coaliciones incluso se dan por hechas durante las campañas electorales. Sin embargo, esos bloques terminan armando coaliciones frágiles (como en la Comunidad de Madrid) o directamente nonatas (como en el Gobierno nacional). El discurso de investidura de Díaz Ayuso recordaba, en este sentido, al de Pedro Sánchez de hace un mes: uno no podía evitar la disonancia entre la magnitud del programa anunciado y el aire endeble, quebradizo, de la coalición que presuntamente lo iba a hacer realidad. Porque¿cuánto habría durado el Gobierno PSOE-Podemos que casi se forma en julio? ¿Cuánto puede durar el Gobierno de Ayuso cuando su principal socio quiere sustituir a su partido, cuando su otro socio es volátil y en cualquier momento puede echar por tierra la legislatura, y cuando en el horizonte del PP siguen apareciendo posibles imputaciones?
Los bloques parecen de hierro, pero sus coaliciones recuerdan más bien a esos papeles (no otra cosa son los documentos) cuyo envío, filtración, firma y exégesis se ha convertido en parte inseparable de su liturgia. En un pasaje de sus memorias, Martin Amis escribe que «mi vida pintaba bien sobre el papel, que es, en realidad, donde la mayor parte de ella se estaba desarrollando». Y así con la vida de estas coaliciones, con la impresión añadida de que, de un día para otro, alguien puede levantarse y rasgar el folio. El problema, claro, es que estas hojas salen bastante más caras que las de la papelería; y que, si el sistema multipartidista sigue dando esta impresión de inoperancia, se continuarán extendiendo la desafección y la falaz nostalgia del bipartidismo. Pero la clase política parece haberse acostumbrado a todo esto… [Seguir leyendo en El Mundo.]