La política se especializa en disonancias cognitivas. Ahí está el momento en el que Carmen Calvo explicó que Sánchez nunca había dicho aquello que Sánchez había dicho sobre el «clarísimo delito de rebelión» en Cataluña porque Sánchez entonces no era Sánchez sino que era Sánchez. La hiperactividad tacticista obliga a operaciones diarias de escapismo oral; deberíamos, en fin, estar acostumbrados. Y, pese a ello, sigue produciendo cierto choque psicológico escuchar a Albert Rivera en estos primeros días tras el cambio de estrategia de Ciudadanos y su nueva disposición a alcanzar acuerdos con el PSOE. Lo que hace nada era oposición granítica al sanchismo, con el que no se podía ir ni a la vuelta de la esquina, ahora es posibilismo y reconciliación nacional. Choca más aún cuando, bajo los aspectos más pirotécnicos de aquel discurso, se señalaba que el partido había elegido una estrategia de éxito. Y había un hecho inapelable: Cs había alcanzado sus mejores resultados tras el veto al PSOE. Esto justificaría resistir la presión para que se desdijera de su promesa electoral. Si ahora resulta que aquella estrategia no conducía al éxito, ¿de qué sirvió el numantinismo?

Sin embargo, la disonancia cognitiva que rodea a Cs no se debe solamente a Rivera. En los últimos meses se ha conformado un verdadero macizo argumentativo que critica a los naranjas por el veto a Sánchez y por renunciar a su presunta función de partido bisagra. Es un argumento falaz: el papel de Cs se presenta como un mandamiento divino, como si Jehová hubiera ordenado a las serpientes deslizarse por el suelo, a las aves surcar los cielos y a los naranjas ejercer de bisagra. La política, por fortuna, es más contingente y mudable. Aquellos análisis parecían más bien albergar un deseo: la vuelta del bipartidismo. Sucede algo parecido cuando se llama a los cambios de Rivera bandazos y a los de Sánchez movimiento para ocupar el centro o estrategia para captar votantes por su izquierda. Pero el caso es que esta corriente de opinión debería estar de enhorabuena: Rivera ha cedido a sus deseos. Las reacciones, sin embargo, no parecen consecuentes con la intensidad con que se pidió el cambio… [Seguir leyendo en El Mundo.]