(Publicado en El Mundo, 13 de enero de 2022: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2022/01/13/61dee396e4d4d8b3558b456e.html)

¿Hay una cultura de la cancelación en España? En un reciente artículo en El PaísPablo Simón destacaba las distorsiones que el origen norteamericano de este concepto acarrea: «el debate sobre la cultura de la cancelación está evidentemente importado y casa mal con nuestra realidad». A esto se añadirían las imprecisiones en el uso: no es lo mismo, seguía Simón, la cancelación que la crítica, por muy desagradable que esta pueda resultar.

La advertencia ante la importación de debates extranjeros es pertinente. La mezcla entre la influencia que ejerce Estados Unidos y su particularísima historia puede causar estrabismo intelectual; difícil olvidar aquella concentración en Bilbao en apoyo del movimiento Black Lives Matter que se desarrolló junto a una estatua de Sabino Arana. Pero hay algo inevitable en todo ello, dado el flujo de información y de productos culturales. Tiene sentido que los españoles que leímos los libros de Harry Potter o vimos las películas de Woody Allen nos interesemos por lo que le pasa a J. K. Rowling o al cineasta. También es natural que se conformen defensas preventivas: Inglaterra estaba en paz cuando Burke escribió sus Reflexiones sobre la revolución francesa.

Habría que pensar, en cualquier caso, qué impediría que arraigase aquí una cultura de la cancelación. Por lo que se refiere al mundo universitario, podemos señalar dos motivos. A diferencia de lo que ocurre en EEUU y Reino Unido, muchos de los profesores de nuestras universidades son funcionarios; y el poder de presión que da a los estudiantes el pago de tasas también es distinto (€1.300 al año en la Complutense, frente a £9.000 en Oxford y $47.000 en Harvard). La posibilidad de que aquí se despida a un profesor por emitir opiniones impopulares entre sus alumnos es, por tanto, mucho menor. ¿Significa esto que nuestros campus sean un edén de libertad de expresión? No; lo que ocurre son fenómenos más clásicos y autóctonos. Tenemos un historial de boicots en universidades públicas y de cierres forzados en contextos de huelga. Luego están los casos dramáticos: tanto los profesores que participaron en el Foro Ermua -lo contó en este periódico el historiador Javier Fernández Sebastián– como los que han investigado el mundo de ETA -lo ha expuesto recientemente Raúl López Romo– sufrieron intimidaciones y amenazas. A Tomás y Valiente, los psicópatas directamente le cancelaron la vida. Quizá el problema no sea hacia dónde vamos, sino de dónde venimos.