Publicado en El Mundo el 15 de junio de 2022:  https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2022/06/15/62a9e12dfc6c838f7b8b45c2.html 

Hace tres años y medio, Pablo Iglesias respondió al resultado de las elecciones andaluzas decretando una «alerta antifascista». La entrada de 12 diputados de Vox en la Asamblea autonómica, y su posible influencia sobre el nuevo Gobierno, dio pie a un discurso alarmista sobre la llegada del fascismo que se extendió más allá del universo Podemos. Adriana Lastra declaró en marzo de 2019 que «tenemos al fascismo a las puertas del Congreso», y las izquierdas presentaron los comicios madrileños de 2021 como una batalla entre la democracia y el fascio.

Ahora nos encontramos al filo de unas nuevas elecciones andaluzas que, según los parámetros de Iglesias y Lastra, deberían elevar el nivel de alerta antifascista a Defcon 1. Las encuestas pronostican una victoria holgada del PP y un aumento del apoyo a Vox, que exige entrar en el próximo Gobierno; todo mientras las izquierdas se estancan y el partido centrista se desploma. Sin embargo, o quizá precisamente por esto, algunas voces de la izquierda
-como Teresa Rodríguez– ya recomiendan abandonar el paradigma del antifascismo, aunque solo sea por lo ineficaz que ha resultado.

Efectivamente, corren tiempos extraños para el discurso antifascista. Hace unos meses, Putin inició una guerra criminal y devastadora en nombre de la «desnazificación». El historiador Timothy Snyder ha insistido en esta paradoja: el país desarrollado que más se aproxima actualmente al fascismo -por su antiliberalismo, su ultranacionalismo, su conservadurismo social, la supresión de toda disidencia, la exaltación de la voluntad nacional, la reivindicación de un glorioso pasado perdido, la celebración de la guerra como ejercicio purificador- se declara antifascista. Según Snyder, esto se debe al legado del discurso oficial soviético, en el que el término fascista se empleaba de manera extremadamente genérica e imprecisa: al final actuaba como sinónimo de enemigo. Y las acciones que se emprendieran contra dicho enemigo quedaban automáticamente justificadas por el prestigio del antifascismo.

Sobra decir que este tipo de vaciamiento conceptual ha conducido a todo tipo de distorsiones y absurdos: el nombre oficial del Muro de Berlín era «Muro protector antifascista», y quienes más alertan en España de la llegada del fascismo suelen ser quienes también sostienen que nunca se fue. ¿De qué sirve, entonces, el paradigma fascismo/antifascismo cuando estos términos se han devaluado tanto? El domingo tendremos otra pista.